“Estamos condenados a ser libres” dijo Sartre, y es posible que así transcurramos, encerradas/os en nuestras libertades, individuales o colectivas, intentando elegir entre diferentes opciones, contando seguramente con más de una posibilidad aunque probablemente no seamos concientes de todas ellas.
A veces nos encerramos en un producto, porque nos satisface, por costumbre, porque no hay otro que lo reemplace. Otras veces nos habituamos a ir a un lugar determinado y nos cerramos a otras alternativas convirtiéndolo en salida de rutina. Otras, nos acostumbramos a un discurso, nos encerramos en él, nos dejamos convencer, nos reconstruimos en esas palabras. Acá elegimos detenernos: los medios de comunicación de la actualidad y su perversa función de propaganda y atrofización de pensamiento crítico a través de la concentración de los mismos en unos pocos.
Si creemos en la diversidad y en su legitimación a través de procesos democráticos de difusión de una pluralidad de voces no podemos permitir la cerrazón de los medios en la propiedad de unos pocos y en su manejo tendencioso a través de simples negocios. Tampoco podemos circunscribir la comunicación a una mera empresa, ya que establecer un proceso de comunicación debería tener ante todo un cimiento ético que comprenda el respeto y la inclusión. Discriminar así es cerrar puertas, callar voces, tapar oídos, vendar ojos.. ya tuvimos demasiado de todo eso como para seguir permitiendo que suceda, ya sea por interés, por negligencia, por connivencia o por desinterés también.
¿Qué sucede cuando las supuestas distintas opciones son lo mismo porque pertenecen a los mismos dueños? Esto presupone un monopolio o un oligopolio en el mejor de los casos. Mejor no equivale a bueno.
La universalización, la pluralidad, la diversidad o como se quiera nombrar, son las opciones a las que la naturaleza humana también (y por suerte) nos condena, pero asimismo se constituye en un derecho-deber, imprescindible para cualquier sistema llamado democrático, ya que esas palabras también son los valores o principios que subyacen a este tipo de sistema de gobierno que es a la vez una forma de vida, la que elegimos.
Sería conveniente, y ciudadanamente responsable, que el debate de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual no quede circunscripto a las ciudades que cobijan a los grandes medios de comunicación sino que se desarrolle a nivel nacional, reinterpretando ‘lo nacional’ como también lo indica el vocablo: las individualidades que coexisten en la totalidad del territorio de la Nación.
Esta nueva Ley debería conducirnos también a una mayor transparencia u objetividad, a que como consumidores tengamos más información sobre determinadas empresas que hoy en día tienden a callarse ante la posibilidad de perder clientes en los espacios de publicidad. A saber quién nos dice qué cosa y si lo hace por algún interés propio y, un poco más allá, cuál es ese interés. A percibir diferentes puntos de vista sobre un mismo tema que nos ayuden a desarrollar una visión crítica pero propia. A quedar finalmente condenados a elegir entre alternativas reales y no a una única posibilidad disfrazada de pluralidad y diversidad.
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